Y, además, no hay barrera “camparina”, o sea, la alineación de yates, pánfilos y veleros que ocupa por entero el horizonte marino de lugares tan amenos como la Costa Smeralda.
Esta barrera, blanca de cabeceo, se extiende durante kilómetros y es conocida como "camparina” por haber en cada barco grupos de personas elegantes y aburridas que beben Campari a sorbos.
Ésta es su manera de vivir con intensidad el mar. Imposible bañarse entre los amarres, acabaríais degollados, y, de acercaros demasiado a un barco, correríais el riesgo de una ráfaga de metralleta.
En el Sinis, en cambio, no hay barrera y, aunque parezca increíble, podréis bañaros donde queráis (a pesar de los souvenirs que en alguna ocasión el mistral trae de España).
Hay playas legendarias como Sa Mesa Longa, Is Aruttas, Is Arenas, Mari Ermi y las dunas prehistóricas de Piscinas.
Hay arena blanca como azúcar cuyo reflejo puede tostar un alemán en cuarenta segundos.
Hay escollos desde los cuales podréis lanzaros como en Acapulco, pillar las morenas por la cola y mirar a la cuadrilla de langostas.
En el Sinis, de hecho, uno de los mayores peligros para el turista tradicional es el pescado fresco.
¿Conseguirá vuestro estómago, acostumbrado a lubinas de ochenta años y a bastoncitos Findus, aguantar el choque exquisito de los mújoles de Cabras, de las almejas de Marceddì, de los dentones y de las langostas de Su Pallosu?
¿Conseguiréis enfrentaros con la famosa Bañera de las Mil Pinzas del tío Cuccu, donde viven en paz centenares de langostas y donde cayeron y fueron descuartizados decenas de turistas? (según cuenta la leyenda).
¿Resistiréis a la sopa de congrio y a la burrida de raya? ¿Y qué diréis cuando os encontraréis delante de los colosales nuraghi? (cuidado, ¡no son peces!)
Y todo esto sin citar los ríos y las llanuras donde se rodaron las mejores películas del oeste a la italiana, verdaderos trozos de Arizona donde, en lugar de Bill y Jack, cabalgan Collu e Puddu, los caballeros sardos considerados entre los mejores del mundo.
¿Y el peligro representado por los animales?
Subís al monte de Seneghe y decenas de jabalíes se os acercan para venderos la famosa agua curativa.
En los estancos, los flamencos se dejan fotografiar en posturas lascivas. En el cielo y a ras del agua vuelan cormoranes, cernícalos, caballeros de Italia, y marrangau (el colibrí local).
Los zorros acechan vuestro picnic.
Pululan conejos salvajes, codornices, puercoespines, comadrejas, garduñas y el famoso hipopótamo blanco de las salinas, invisible por estar siempre a remojo en el barro, pero os prometo que existe.
¿Y los perfumes?
El mirto, el enebro, el eneldo, las parrilladas mixtas, la olla con la oveja, los quesos potentísimos.
Y, para los amantes del peligro, las aventuras extremas: hacer footing al mediodía en las inmensas salinas de Sale Porcus, lanzarse desde lo alto de las rocas de Capo Mannu y hacer surf en la bahía; cabalgar el caballo Concheferru entre las dunas y el pinar de Is Arenas; afrontar los senderos del Lago Omodeo en busca del Gran Pez Pérsico; alcanzar Su Pallosu, la Tortuga sarda, tierra mágica poblada por piratas, buscadores de coral y cocineros de croquetas de morena.
Pero os encontraréis con gente alegre, simpática y orgullosa. Yo llevo 25 años viniendo y no cambiaría estos lugares por nada en el mundo y os puedo asegurar que he visto las playas más bonitas, desde Cuba hasta Riccione, desde las Comore hasta el Idroscalo.
Y cuando estaréis encima de una hamaca, durante la puesta de sol, mientras una langosta toca para vosotros las “launeddas” y bebéis vernaccia a sorbos respirando el perfume del cochinillo mientras en el cielo una horda de flamencos dibuja la palabra “bienvenido" (¡están muy bien amaestrados!), veréis que, de repente, como por magia, ya no echaréis en falta ni la barrera “camparina”, ni los Vips ni los locales nocturnos repletos de gente.
Y os entrarán ganas de bañaros en el agua limpia. Siempre que no le tengáis alergia.